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martes, 7 de octubre de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

Los amantes de Valdaro

Después de más de 5000 años, apenas queda de ellos su esqueleto, pero aún se tocan. Nunca antes habían sido encontrados un hombre y una mujer en esta posición. Los amantes de Valdaro parecen haber muerto abrazándose, ya que fueron encontrados con sus cuerpos entrelazados y con sus rostros mirándose de frente. La hipótesis más cruel podría ser descartada: no parece un sacrificio dado que, en esos casos la mujer era sepultada al lado y no abrazada. Aunque, cualquiera sea la explicación, la imagen mantiene intacto su poder.

¿Qué es esta extraña escena venida desde el fondo de la historia? ¿Fue cumplir el sueño secreto de los grandes amantes, que es el de cerrar los ojos al mismo tiempo? ¿Fue una manera de desafiar de manera suave, aunque para siempre, a la muerte?

En todo caso, un rastro de una delicadeza absoluta ha logrado permanecer completamente indeleble frente a la devastación del tiempo. Lo que deja intuir que la devastación puede ser contradicha, no mediante un combate frontal, sino mediante una huella en las zonas más sutiles de la existencia. Y no deja de ser un misterio que algo profundamente inmaterial necesite adoptar, contra viento y marea, una forma material para seguir expresándose.

Además del aspecto poético propio del hallazgo, la escena supone la intersección de otras líneas que evocan a la poesía. Algunos miles de años atrás, y varias capas debajo de la tierra en la que transcurre la tragedia de Shakespeare, otros amantes yacían en silencio, prefigurando tal vez lo que habría de ser escrito. Si Romeo y Julieta son el emblema de los amantes vivos, estos podrían ser de ahora en adelante el emblema de los amantes muertos. Y si a alguna otra línea poética hacen recordar, es a Francisco de Quevedo, que ha escrito algunas líneas que no pueden ser tampoco ya separadas por el tiempo.

Así, la imagen parece la materialización y el preanuncio de una de sus textos más celebres. En su "Amor constante más allá de la muerte", Quevedo dice: "Su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado".

Los dos esqueletos, sin ser separados, fueron llevados al Museo Arqueológico Nacional de Mantua. Aunque lo más respetuoso sería no tocarlos en absoluto, cerrar nuevamente con cuidado esa zona excavada, y devolverlos para siempre a su intimidad.

martes, 2 de septiembre de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre....

Orfeo y Eurídice
Ella fue mi canción inspiradora,
y la musa raíz de mi canción;
mas la muerte, noctámbulo ladrón,
la arrebató antes de brillar la aurora.
No era mi amor, ni lo es, amor que ignora,

y al Hades descendí. La persuasión
de mi canto logró su redención,
que cede el Hades si mi canto implora.
"Llévatela a la luz, mas sin volverte

a mirarla en las sombras, o la muerte
de su destino habrá de apoderarse".
¡Oh, impaciencia del hombre enamorado!

Volví los ojos, y me fue arrancado
el corazón al verla evaporarse…



Se dijo que....

Al mirar hacia atrás, la sombra pálida de Eurídice regresa a la muerte.

Tras el canto sublime,Proserpina y Plutón, conmovidos ante tan grande amor y tantas peripecias, mandan a llamar a Eurídice para entregarla al poeta.

Llega ella, todavía dolorida y sin aliento. Pero apenas ve a su esposo, sus ojos se llenan de luz y una ancha sonrisa entreabre otra vez sus labios pálidos. Deseosa de entregarse al cantor para siempre, la ninfa extiende sus delgados brazos. Pero los soberanos infernales no le permiten el abrazo. Sólo consienten en que la pareja parta. A último momento, Proserpina advierte al poeta: él deberá marchar siempre adelante. Mientras esté en la región infernal no podrá volverse a contemplar el rostro de su amada. Si lo hiciera, perderá para siempre a Eurídice, que volverá al reino de las sombras. Parten los esposos. Orfeo siempre adelante, canta durante todo el viaje. Sabe que la ninfa es feliz oyéndolo. En la orilla de Estigia, aun sin mirarse el uno al otro, los enamorados encuentran a Caronte. Contento de volver a ver a su amigo vivo, el viejo lo conduce al otro lado del río infernal. después vuelve y hace subir a Eurídice en la barca, para que cumpla el mismo trayecto. Ya casi en la puerta que los separa del mundo de los mortales, lejos del crepúsculo infinito, el poeta no puede contener el deseo de volver a ver el rostro de su amada. El aviso de Proserpina le resuena en los oídos. Eurídice viene detrás, y en el fondo de su alma implora a los dioses que el esposo no ceda a la tentación de mirarla. Falta tan poco para unirse nuevamente... A último momento, olvidando las palabras de la reina infernal, Orfeo cede al imperioso deseo. Vuelve hacia atrás la mirada dolorida y sólo divisa una sombra, traslúcida llorosa, que retorna a la oscuridad. Todo está perdido. El poeta desesperado, desanda el camino y ruega muchas veces a Caronte que traiga a Eurídice nuevamente a la orilla de los vivos. Pero el barquero sujeto únicamente al mandato de Plutón, no escucha su pedido y lleva a la sombra de la joven a su morada definitiva. Todavía el poeta canta versos intensos y apasionados. Pero los Infiernos ya no oyen. Nadie se conmueve.

Al rechazar el amor de las Bacantes, Orfeo trataba de conservarse fiel al doloroso recuerdo de Eurídice.

Solo, desolado, como si dejase en las sombras la mitad de si mismo, Orfeo vuelve a la superficie de la tierra. Ya nada podrá hacerlo sonreír. Su canto se hace triste para siempre, de una tristeza infinita, como si el poeta estuviera sólo esperando el momento de la muerte para volver a ver a su amada. Dicen que mucho después, tras haber errado por toda Tracia para liberarse de su desesperación, y después de haber fundado su religión, Orfeo perdió la vida de manera extraña. Las Bacantes enamoradas del poeta intentaron seducirlo. Y él, negándose a ellas en nombre del recuerdo de Eurídice, trató de escapar por el bosque. Pero las mujeres tracias lo siguieron y consiguieron atraparlo. Furiosas, le despedazaron las ropas y le rasgaron la carne. Su cabeza, sin embargo, erró por las aguas dejando todavía oír su voz, y donde se posó se erigió un santuario. Hecho pedazos el cuerpo del poeta, su alma al fin libre pudo partir a los Infiernos. Y allí unido a Eurídice, deambula por las melancólicas praderas y bosquecillos del reino de Plutón, cantando al amor, más y más grande que la muerte.

LEYENDA
Orfeo recibe el don del canto
Los hombres reciben de los dioses el don de la melodía, pero no saben usarlo. La flauta que Atenea (Minerva) inventara sirve sólo para alegrar las interminables fiestas de los Sátiros y de los Faunos. La lira ingeniosamente creada por Hermes (Mercurio), es privilegio de Apolo y de las musas, sus compañeras. Las manos humanas se muestran incapaces de pulsar los instrumentos para extraer de ellos armonía alguna. Y en las rudas gargantas, las voces callan. El tiempo corre sobre el lomo del mundo como un escalofrío. Y un día, feliz, ve nacer a Orfeo. Ahora la satisfacción de los dioses es completa. Porque finalmente ha aparecido sobre la tierra un mortal capaz de desarrollar el arte de la música. Ya en la infancia el poeta revela poseer el talento de la armonía (que significa juntura ensambladura, ajuste, proporción y también equilibrio dinámico de contrarios) con su suave canto, acompañado de armoniosos acordes de lira, apacigua los ruidos de la selva y el furioso bramido del mar. Heredero de los dioses, jura cantar hasta el fin de sus días. Cantar para hacer que viva lo que parecía muerto. Para aliviar las miserias humanas y vencer la indiferencia de las cosas. Para canalizar el impulso de las fieras y arrullar la esperanza de la libertad. Una sonrisa constante anima la boca del poeta. En sus manos, la lira pacifica la Tierra. Lejos están los caminos del sufrimiento.
Su cabeza, sin embargo, erró por las aguas....

jueves, 14 de agosto de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

Camila O’ Gorman & Ladislao Gutiérrez: el amor más prohibido
Camila O´Gorman y Ladislao Gutiérrez tuvieron coraje y transgredieron las normas. El 12 de diciembre de 1847 se fugaron para concretar su amor prohibido: el de una chica de alta sociedad y un sacerdote tucumano.

El era sacerdote. Ella, una niña de sociedad. A pesar de los severos límites que imponían esas circunstancias, los ahogó una pasión que terminó por matarlos: el Restaurador, Juan Manuel de Rosas, ordenó su fusilamiento aun sabiendo que ella estaba embarazada. La actual iglesia del Socorro, en Suipacha y Juncal, fue escenario del despertar de este amor desgraciado. Por los años 1847/48, plena época rosista, el lugar era un tranquilo barrio de quintas arboladas entre cuyo verdor se destacaban las elegantes torres del templo. En las cercanías vivía la familia O’Gorman, compuesta por el padre, de origen francoirlandés; la madre, porteña de antigua estirpe, y seis hijos, entre los que se distinguía Camila.

Esta joven, de unos veinte años, era, al decir de Berutti, "muy hermosa de cara y de cuerpo, muy blanca, graciosa y hábil pues tocaba el piano y cantaba embelesando a los que la oían". Camila, además, tenía una gran personalidad, quizás heredada de su célebre y bella abuela Anita Perichon, amante del virrey Liniers. Como casi todas las mujeres de esa época, Camila era bastante devota. Iba a misa con frecuencia y le gustaban mucho los sermones del nuevo párroco. A veces él iba de visita a su casa. Poco a poco se hicieron amigos y empezaron a encontrarse en sus paseos por Palermo.

El otro protagonista de esta historia había llegado unos años antes desde Tucumán. Era, según recordaba Antonino Reyes, "un joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y un conjunto simpático". Decían que era "juicioso y lleno de aptitudes" y venía a Buenos Aires para seguir la carrera eclesiástica. Ordenado sacerdote a los veinticuatro años,
Ladislao Gutiérrez fue designado párroco en la iglesia del Socorro. Pronto reparó en la joven alta, de pelo castaño y expresivos ojos oscuros, de andar elegante y gracioso. No tuvo que esperar mucho para que se la presentaran: era hermana de Eduardo O’Gorman, compañero en la carrera sacerdotal.
La pasión
Camila comenzó a sentir algo nuevo, completamente nuevo y desconocido. Cuando escuchaba sus sermones en la iglesia, su voz decía más que las palabras que pronunciaba, y mientras se dirigía a toda la concurrencia era ella la que recibía la mirada de sus pupilas ardientes y sentía que un licor la incendiaba por dentro. Una vez más se imponía el misterio del amor entre dos seres. Tampoco él podía acallarlo. ¡Camila! Su presencia transformaba el oscuro recinto del templo en un lugar paradisíaco. Desde que hacía su aparición, sentándose con gracia en la alfombra extendida por su sirviente, sólo podía dirigirse a ella. Nunca había sentido algo así por nadie. Aumentaron sus conversaciones y paseos. Ella tenía muchas dudas respecto de la religión y él trataba de aclarárselas, aunque las suyas iban creciendo a medida que pasaban los días. ¿En qué se basaba su vocación? ¿A quién debía fidelidad? ¿Era Dios como se lo habían enseñado? ¿Quién podía arrogarse el derecho de conocer sus deseos? ¿No era El responsable de esa atracción irresistible entre ellos? Cuando les resultó imposible ignorar ante sí mismos que se querían, él la tranquilizó convenciéndola de que aquello no era un crimen. Reconocía haberse equivocado al seguir la carrera sacerdotal, pero consideraba que, por las circunstancias, sus votos eran nulos. Y si la sociedad no permitía que la hiciera su esposa ante el mundo, el la haría suya ante Dios. Querían cumplir su voluntad, vivir juntos y multiplicarse como la pareja primigenia. El había cometido un error, pero ante todo era un hombre creado a imagen y semejanza de Dios, con inteligencia y libertad para arrepentirse de su decisión equivocada y empezar una nueva vida junto al ser querido que Dios había puesto en su camino. Todo desaparecía ante la imperiosa necesidad de vivir juntos. Dejarlo todo para tenerlo todo. Nada podía existir superior a esto.
La fuga
Camila se dejó convencer. No podía imaginarse la vida sin él. Empezaron a concebir la idea de huir de Buenos Aires y cambiar de identidad para poder vivir casados ante Dios y ante los hombres. Pero, ¿adónde irían para que no los pudieran alcanzar las autoridades civiles y eclesiásticas? ¿Y cuánto aguantaría una delicada niña, acostumbrada a la vida muelle y entretenida de las porteñas amigas de Manuelita Rosas, las estrecheces por las que deberían pasar hasta llegar a instalarse en un lugar seguro? Poco a poco fueron forjando el plan: llevarían algo de ropa, lo que pudieran juntar de plata y dos caballos. Irían hacia Luján, de allí pasarían a Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes. El destino final, si todo andaba bien, sería Río de Janeiro. Al pasar a Santa Fe fingirían haber perdido los pasaportes y pedirían otros con nombres falsos. El 12 de diciembre de 1847 fue el día elegido para la fuga. Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesero y bajo la noche refulgente de estrellas, los amantes tuvieron su momento de felicidad. Mientras tanto, en Buenos Aires, a la consternación había seguido el pánico: ¿cómo tomaría el Restaurador de las Leyes y del Orden este desacato a todas las normas morales, civiles y sociales? Pasados diez días, Adolfo O’Gorman denunció el hecho al gobernador como "el acto más atroz y nunca oído en el país", mientras el obispo Medrano pedía al gobernador que "en cualquier punto que los encuentren a estos miserables, desgraciados infelices, sean aprehendidos y traídos, para que, procediendo en justicia, sean reprendidos por tan enorme y escandaloso procedimiento". A Rosas lo tenían sin cuidado los amancebamientos de algunos curas. Lo que no podía tolerar era una falta de obediencia hacia su persona. Rosas podría haber usado su poder en forma magnánima para perdonar. Si los jóvenes hubieran acudido a pedirle ayuda, seguramente lo habría hecho. Pero al escándalo de la fuga se sumaba el ser partícipe de ella una niña tan relacionada en sociedad. Por el momento, la suerte parecía sonreír a los enamorados. Ya en Paraná, en febrero de 1848, consiguieron un pasaporte a nombre de Máximo Brandier, comerciante, natural de Jujuy, y su esposa, Valentina Desan. Al llegar a Goya con su nueva identidad pudieron tomarse un respiro y prepararse para la última etapa: Brasil. Mientras tanto, para ganarse la vida abrieron una escuela para niños, la primera que existió en esa pequeña ciudad. Pudieron vivir cuatro meses en una relativa felicidad, olvidando la persecución de que eran objeto. El 16 de junio ocurrió el desastre cuando encontraron en una casa de familia a un sacerdote irlandés que conocía a Gutiérrez. Tomados por sorpresa, sólo atinaron a negar su verdadera identidad. La noticia voló y al día siguiente, por orden del gobernador Virasoro, los dos maestros fueron encarcelados e incomunicados. La maquinaria del poder empezaba su obra despiadada.
Los reos
En cuanto Rosas conoció la noticia dio orden de que condujeran a los reos en dos carros separados a Santos Lugares, donde estaba la más temida prisión del régimen. Con creciente angustia, los amantes vieron cómo se cerraban las puertas de sus respectivas prisiones. Estaban incomunicados entre ellos y con el resto del mundo. Camila, sin embargo, pudo hacer llegar una carta a su amiga Manuela Rosas. Esta le contestó el 9 de agosto alentándola a que no se dejara quebrar, que ella la ayudaría. El mismo día empezó a preparar, en la Casa de Ejercicios, un lugar para su amiga. También hizo llevar libros de historia y de literatura para Gutiérrez a la cárcel del Cabildo. Pero en el plan de Rosas no entraba la llegada de los reos a Buenos Aires, donde podrían haberse defendido. Para no tener que enfrentarse con los pedidos de clemencia de su hija, era necesario actuar rápida y drásticamente. Las declaraciones que Camila hiciera en San Nicolás no hacían sino corroborar su posición subversiva: no estaban arrepentidos, sino "satisfechos a los ojos de la Providencia" y no consideraban criminal su conducta "por estar su conciencia tranquila". ¿Adónde se iba a llegar si hasta las simples mujeres se creían con derecho a entenderse directamente con Dios? Todo eso olía a luteranismo y libre interpretación de la Verdad. Era muy peligroso. Según Marcelino Reyes, la joven preguntó si el señor gobernador estaba muy enojado y quiso saber lo que decían de ella. Después de dejarla comer y descansar, Reyes retomó su conversación con Camila para aconsejarla sobre lo que debía declarar. Camila hizo entonces con franqueza la historia de sus amores con Gutiérrez. Databan de fecha muy anterior a su fuga. Explicó que él no tenía vocación y su matrimonio había sido ante Dios. Que él no había hecho sus votos de corazón y que, por consiguiente, eran falsos y no era sacerdote. Que la intención de los dos era irse a Río de Janeiro, pero que no lo habían podido efectuar por falta de recursos. También Gutiérrez había hecho su exposición y ambas fueron llevadas por un chasque ante el gobernador, esa tarde del 17 de agosto. Casi amanecía cuando despertó a todos el retumbar de cascos de caballos, gritos y golpes violentos en el portón de entrada. Era el modo que tenían los hombres del gobernador de anunciar su llegada. Rosas ordenaba la inmediata ejecución de los reos sin dar lugar a apelación ni defensa. Sólo se les otorgaban unos instantes para confesarse y prepararse para morir. Fue entonces cuando Reyes decidió mandar un urgente despacho avisando el estado de preñez de la joven, avalado por el médico de la prisión. Al mismo tiempo mandó una carta a Manuelita explicándole la urgencia de la situación. Reventando caballos llegó el chasque a Palermo y entregó los despachos al oficial de guardia. Pero la carta jamás llegó a Manuelita. El gobernador no podía aceptar que existiera un testimonio vivo de la desobediencia, un hijo que hubiera representado para muchos el triunfo del amor sobre el orden establecido. Cerca de la hora, Gutiérrez hizo llamar a Reyes a su calabozo. El ex cura estaba sentado en el catre, vestido con levita y pantalón negro. Su semblante dejaba entrever la tempestad de sentimientos que lo acosaba.

fusilamiento de Camila
"Sentaron a cada uno de ellos en una silla, cargada por cuatro hombres a través de dos largos palos. Como a todos los condenados, les vendaron los ojos y, escoltados por la banda de música del batallón, los llevaron al patio rodeado de muros. Bajo el pañuelo, los ojos de Camila dejaban escapar dos hilos de lágrimas que, a pesar del dominio de sí expresado en un rostro inmutable, no podía evitar".

Mientras los soldados los ataban nerviosamente a los banquillos, Camila y Gutiérrez pudieron hablarse y despedirse, hasta que este último comenzó a gritar: "Asesínenme a mí sin juicio, pero no a ella, y en ese estado ¡miserables...!". Sus palabras fueron acalladas por el capitán Gordillo, que mandó redoblar los tambores e hizo la señal de fuego. Cuatro balas terminaron con su vida. Después, se oyeron tres descargas y Camila, herida, se agitó con violencia. Su cuerpo cayó del banquillo y una mano quedó señalando al cielo. "... en la vecindad quedó el terror de su grito agudísimo, dolorido y desgarrador..." Esta historia de amor de inocentes víctimas de intereses políticos iba a convertirse con el tiempo en el suceso más imperdonable del gobierno de Rosas... Sería el comienzo del fin.

Flower

martes, 5 de agosto de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre....

Carta de Don Quijote a Dulcinea



Soberana y alta señora:
El herido de punta de ausencia, y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que además de ser fuerte es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de socorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto, que con acabar mi vida habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El caballero de la triste figura .



Dulcinea del Toboso
Se hacía llamar Dulcinea del Toboso (en realidad se llamaba Aldonza Lorenzo), se creía princesa (era hija de aldeanos), se imaginaba joven y hermosa (tenía cuarenta años y la cara picada de viruelas).
Su enamorado era don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había salido hacia lejanos reinos en busca de aventuras y peligros para hacer méritos y, a la vuelta, poder casarse con una dama tan importante como ella. Se pasaba todo el tiempo asomada a la ventana esperando el regreso del aventurero caballero.
Alonso Quijano, un pobre loco que la amaba, ideó hacerse pasar por don Quijote. Se puso una vieja armadura, montó en su caballo y salió a los caminos a repetir las hazañas que Dulcinea atribuía a su caballero. Cuando volvió al Toboso, Dulcinea había muerto.
Dulcinea, es para Don Quijote una dama muy importante. Desde los Reyes Católicos, las damas de alta posición debían saber letras humanas, pero Aldonza Lorenzo es una paleta que no sabe absolutamente nada.

Así piensa don Quijote de Dulcinea:

“Y así, bástame a mí pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta, y en lo del linaje, importa poco; que no han de ir a hacer la información del para darle algún hábito, y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. Porque has de saber, Sancho, si no lo sabes, que dos cosas solas incitan a amar más que otras; que son la mucha hermosura y la buena fama, y estas dos cosas se hallan consumadamente en Dulcinea, porque en ser hermosa, ninguna le iguala; y en la buena fama, pocas le llegan”.


Don Quijote
“En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.... frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años; era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de la caza. Quieren decir que tenía el sobrenombre de Quijada, o Quesada, que en esto hay alguna diferencia en los autores que deste caso escriben; aunque, por conjeturas verosímiles, se deja entender que se llamaba Quijana...”

(Es posible que Cervantes empezara a escribir el Quijote en alguno de sus periodos carcelarios a finales del siglo XVI. Mas casi nada se sabe con certeza. En el verano de 1604 estaba terminada la primera parte, que apareció publicada a comienzos de 1605 con el título de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha).

Don Quijote es también un modelo de aspiración a un ideal ético y estético de vida. Se hace caballero andante para defender la justicia en el mundo y desde el principio aspira a ser personaje literario. En suma, quiere hacer el bien y vivir la vida como una obra de arte. Se propone realizar todo aquello que pueda hacer perfecto y famoso a un andante caballero". Por eso imita los modelos, entre los cuales el primero es Amadís de Gaula, a quien don Quijote imita en la penitencia de Sierra Morena. Como en la segunda parte don Quijote ya es personaje literario —protagonista de la primera—, en su tercera salida busca sobre todo el reconocimiento. Y lo encuentra en quienes han leído la primera parte: Sansón Carrasco, los duques... Ni siquiera cuando es vencido por el Caballero de la Blanca Luna y tiene que abandonar la caballería andante renuncia a su concepción de la vida como obra de arte.



El amor en las novelas de caballerías
El Quijote, una burla ingeniosa de las novelas de caballerías. Se supone, sin embargo, que desde el siglo XIV ya circulaban versiones de estos relatos. En las novelas caballerescas sobreviven los temas y actitudes de la Edad Media: la defensa del honor, la idealización de la mujer, el ejercicio individual de la justicia. El héroe caballeresco es un paladín (caballero que luchaba en la guerra y sobresalía por sus hazañas; persona que defiende frente a otros una idea, una actitud) que sale en busca de aventuras, y dispuesto a sostener con las armas, y contra cualquier tipo de enemigos, los principios por los que lucha. El ámbito en el que se mueve el caballero es fantástico; sus hazañas extraordinarias, sobrenaturales: vence a gigantes y a seres monstruosos; castillos, ínsulas, encantamientos, y hechos sobrehumanos aparecen constantemente en el mundo novelesco de los caballeros andantes; su vida es una cadena interminable de hazañas.
La literatura caballeresca establece claramente una escala de valores: arrojo, belleza y lealtad son las virtudes supremas del héroe, quien no retrocede ante nada ni ante nadie, confiado en su destreza para manejar las armas y en la protección que le brindan los magos y encantadores.
Las aventuras concluyen siempre con el triunfo del paladín, que encarna a la justicia. El mundo de la literatura caballeresca encierra personajes nobles: reyes, príncipes, damas y doncellas. Las tierras que recorre el protagonista son fantásticas.
Las novelas de caballerías tuvieron su auge en España durante el siglo XVI y fueron leídas con avidez. Se cuenta que el propio emperador Carlos V, Santa Teresa y San Ignacio de Loyola, en su juventud, se entusiasmaron con esa literatura de imaginación.
Este tipo de novela, en la que la acción tiene más importancia que la psicología y en que los personajes son una especie de paradigmas de virtudes heroicas y sentimentales, tiene sus orígenes en la literatura francesa del siglo XII.
Amadís de Gaula, publicado en 1504, es el más original, importante y famoso de los libros de caballerías españoles, género que se cierra con Don Quijote , una burla ingeniosa e implacable. Para terminar, apuntar que “Don Quijote de la Mancha” es la obra cumbre de la literatura española, la figura de Don Quijote constituye uno de los grandes símbolos del tránsito a la modernidad, representa una de las imágenes más universales de lo español y ha pasado a formar parte del legado cultural de la conciencia moderna.

viernes, 25 de julio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

Historia de los Amantes de Teruel



Manos que no se rozan, serenidad profunda
con que un día la muerte vuestro rostro selló.
Dormid, dormid Amantes: vustro cuerpo circunda
la tierra turolense que vida y muerte os dió.
En el blanco sepulcro que teruel ha labrado
con piedra de ilusiones y con cincel de amor,
dormid,dormid Amantes, que en un pueblo enamorado
hará que en vuestra tumba siempre brote una flor.
Siempre brote una flor . . .








Cuenta la tradición que a principios del siglo XIII vivían en Teruel los jóvenes Juan de Marcilla e Isabel de Segura, descendientes de familias muy principales.
La vecindad de ambas casas y el trato constante desde la infancia , se convirtieron con el tiempo en un profundo amor mutuo; entonces Juan solicitó a D. Pedro Segura, padre de Isabel, la mano de su hija. Este, aunque estimaba la nobleza y las dotes del pretendiente, rehusó aceptar excusando su escasez de fortuna por tener hermano mayor que heredaría a su padre, en tanto él podía dotar a su hija con generosidad.
Informado Juan de esta dificultad, resolvió pedir a su amada un plazo de espera para lograr la hacienda necesaria al deseo de su padre; Isabel le concedió cinco años y él partió a la guerra.
Durante su ausencia, don Pedro intentó con ahínco que Isabel aceptara a otros pretendientes; pero ella, fiel a la promesa , no admitío a ninguno. Llegado el fin del plazo y como Marcilla no regresaba, don Pedro apremió a su hija para que se casara y ésta, viendo que el plazo de los cinco años había pasado sin saber nada de su amante, aceptó.
Enseguida su padre concertó la boda con un vecino de Teruel cuyo nombre desconocemos y entonces regresó Juan cargado de honores y riquezas, cuando su Isabel pertenecía a otro dueño ante Dios y los hombres.
El amante, desesperado, se reunió con su amada para despedirse de ella, rogándole que, en prenda de su imposible amor, le diera un beso con lo cual se consideraría satisfecho. Esta, invocando su honestidad negó y entonces, luego de intentarlo de nuevo, Juan cayó muerto a sus pies.
Enterado el marido de cuanto acababa de ocurrir, decidió llevar el cuerpo del amante a la puerta de sus casa, donde al amanecer lo descubrió su padre, don Martín de Marcilla, quien luego del natural sobresalto, tránsido de dolor, dispuso el entierro de su hijo en la iglesia de San Pedro.


Durante la celebración litúrgica, todos los asistentes vieron acercarse al cuerpo inanimado a una dama encubierta que llegando hasta él, descubrió su cara y lo besó, quedando allí reclinada hasta que en el momento de iniciarse el entierro fueron a apartarla y vieron que era Isabel de Segura, quien no obedecía a los ruegos para que se retirase porque estaba muerta.
Ante el asombro de los presentes, y después de que el novel marido relatara lo ocurrido, se decidió enterrar juntos a los dos amantes que tan desdichados habían sido en vida.
Sucedió este infausto acontecimiento en 1217, siendo
juez en Teruel don Domingo Celadas.

martes, 15 de julio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre

NAPOLEÓN Y JOSEFINA.

"No te pido Amor eterno, sólo de verdad"




"No pido amor ni fidelidad eternos, únicamente... la verdad, una franqueza ilimitada. El día que me digas -te amo menos- será el último día de mi amor o el último de mi vida."







Una carta apasionante y llena de reproches, escrita por Napoleón el 8 de junio de 1796 y enviada desde Milán a París, a su esposa Josefina, fue sacada a subasta en Moscú.

Napoleón declaró en alguna ocasión haber estado locamente enamorado en su juventud de la que sería su esposa, Josefina Beauharnais, de quien no dudaría, años después, en divorciarse para contraer nuevo matrimonio con María Luisa de Austria, miembro de uno de los linajes más antiguos de Europa, con quien deseaba tener un heredero para su noble estirpe recién estrenada. El año 1810, el de su enlace con María Luisa, marcó el cenit napoleónico.


JOSEFINA.

Marie-Josèphe Tascher De la Pagerie, hija del conde de Tascher de la Pagerie, capitán de la marina real, nació el 23 de Junio de 1763. Contrajo matrimonio con el vizconde Alejandro de Beauharnais a los quince años, fruto de cuya unión nacieron Eugenio y Hortensia. Condenado a muerte su esposo en 1794, fue encarcelada, pudiendo salir de prisión gracias a Tallien y al director Barrás.

Un buen día, su hijo Eugenio tuvo el valor de reclamar la espada de su padre al alcalde de París, Napoleón. Así se conocieron.

Como no le agradaba el nombre Joséphe (Josefa) lo alargó y suavizó, convirtiéndolo en Josefina.

En Paris circulaba el rumor de que Josefina era amante del Director Paúl Barrás. Cuando Napoleón se enteró, comenzó a alejarse de su amiga y concentró su atención en tareas militares. Josefina le mandó este mensaje “Ya no viene a ver a una amiga que le profesa afecto; la ha abandonado por completo. Comete un error, porque ella siente por usted un tierno afecto. Venga a almorzar mañana. Deseo verlo y conversar con usted acerca de sus asuntos. Buenas noches, amigo mío, lo abrazo. La viuda Beauharnais.”

En el invierno de 1795, Napoleón reanudó sus visitas y se enamoró. Josefina no le amaba pero la atraía la fuerte personalidad de aquel joven, seis años menor que ella, y el estaba fascinado por su belleza. Napoleón le ofrecía regalos como Barrás, pero Josefina valoró su sinceridad frente a la hipocresía de Barrás.
Tras un tiempo como amantes, la mente ordenada y calculadora de Napoleón comenzó a pensar en el matrimonio.
Barras, el único de los cinco directores de origen noble, animó a Napoleón a casarse con Josefina y así tener dos buenos amigos influyentes. Además, como los franceses son tan elegantes para estas cosas, ofreció a Napoleón como regalo de casamiento el mando del ejército de los Alpes.
El matrimonio se celebró en marzo de 1796, en la sala de casamientos del municipio, en la Rue d´Antin y un día más tarde el flamante general partía rumbo al frente italiano.

Napoleón la pidió un deseo “No pido amor ni fidelidad eternos, únicamente... la verdad, una franqueza ilimitada. El día que me digas “te amo menos” será el último día de mi amor o el último de mi vida.”
“Tú nunca me amaste”. “Tengo el corazón herido con miles de cuchillos”.
En la misiva, escrita el 8 de junio de 1796, el marido reprocha a la esposa su ausencia en la campaña italiana.
El 2 de diciembre de 1804 alcanzó la cumbre. Ese día Napoleón Bonaparte se coronó emperador en la catedral de Notre-Dame, en París. Acto seguido ciñó la corona imperial en las sienes de su querida esposa, con la que había contraído, a petición del Papa Pío VII, una boda religiosa celebrada en secreto. La coronación no fue del agrado de la familia de Josefina. Su madre ni siquiera acudió al acto.
Las desavenencias comenzaron debido a las infidelidades de Napoleón, que ella no ignoraba. Además, vivía con el constante temor de ser abandonada, pues no había podido darle un hijo. Por esta situación, la familia Bonaparte nunca aceptó a Josefina.
La carencia de hijos en común determinó a Napoleón, inducido por Talleyrand, a divorciarse en 1809 para contraer nuevo matrimonio en 1810 con María Luisa, archiduquesa de Austria e hija del emperador Francisco I de Austria, perteneciente a la casa de Habsburgo. Con este enlace vinculaba su dinastía a la más antigua de las casas reales de Europa, con la esperanza de que su hijo, nacido en 1811 y al que otorgó el título de rey de Roma como heredero del Imperio, fuera mejor aceptado por los monarcas reinantes.
Josefina se retiró a Malmaison, donde falleció, a causa de un catarro mal curado, el 29 mayo de 1814, mientras Napoleón se encontraba “exiliado” en Elba. La víspera de su muerte, Josefina dijo
“La primera esposa de Napoleón jamás provocó una sola lagrima.”
No era cierto. Al enterarse Napoleón de su muerte, se encerró durante días y comprendió que sólo el deseo de un heredero para Francia pudo separar su amor.
Una de las cartas de Napoleón a Josefina.
No le amo, en absoluto; por el contrario, le detesto, usted es una sin importancia, desgarbada, tonta Cenicienta. Usted nunca me escribe; usted no ama a su propio marido; usted sabe qué placeres sus las letras le dan, pero ¡aún así usted no le ha escrito seis líneas, informales, a las corridas!
¿Qué usted hace todo el DIA, señora? ¿Cuál es el asunto tan importante que no le deja tiempo para escribir a su amante devoto? ¿Qué afecto sofoca y pone a un lado el amor, el amor tierno y constante amor que usted le prometió? ¿De qué clase maravillosa puede ser, que nuevo amante reina sobre sus días, y evita darle cualquier atención a su marido?
¡Josephine, tenga cuidado! Una placentera noche, las puertas se abrirán de par en par y allí estaré.
De hecho, estoy muy preocupado, mi amor, por no recibir ninguna noticia de usted; escríbame rápidamente sus páginas, paginas llenas de cosas agradables que llenarán mi corazón de las sensaciones más placenteras.
Espero dentro de poco tiempo estrujarla entre mis brazos y cubrirla con un millón de besos debajo del ecuador.
Napoleón Bonaparte

martes, 8 de julio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre

Mitos y leyendas de Amor
Ulises y Penélope



Ulises fue uno de los cuatro pretendientes de Helena. Casada Helena con Menelao, Ulises solicita la mano de la única mujer que puede competir en belleza con ella, Penélope, la hija de Icario.Hornero se refiere a Helena y a Penélope como a las dos mujeres más bellas de la tierra, y las compara en belleza a Ártemis, y en otro pasaje llama a Penélope «hermosa como Ártemis y Afrodita».Helena y Penélope son primas, pues sus respectivos padres (por lo menos sus padres legales), Tíndaro e Icario, son hermanos, hijos de Etalo, rey de Esparta, y de una hija de Perseo.También Penélope tiene varios pretendientes, y su padre, rey de Lacedemonia, la ofrece al que venza a los otros en la carrera. El vencedor es Ulises y recibe como premio a la segunda mujer de la tierra en belleza y a la primera en inteligencia, virtud y fidelidad. Y emprende con ella el viaje a Ítaca. Pero Icario, el padre de Penélope, no puede consolarse de la pérdida de su hija, sigue a la pareja y ruega a Penélope que no le abandone, a menos que esté muy enamorada del marido que le ha destinado.
Ulises ruega a su mujer que sea sincera y que si no es capaz de quererle siempre y de serle fiel ocurra lo que ocurra, se quede con su padre. Y Penélope, por toda respuesta, se cubre la cabeza con el velo de novia. Quizá otra mujer en el mismo caso habría tratado de explicar su amor con largos discursos.Parece que las bodas de Helena con Menelao y de Penélope con Ulises se celebraron a la vez. Penélope da a luz un niño y Ulises no tarda en abandonar su reino, a su esposa y a su hijo para tomar parte en la guerra de Troya. Esta guerra dura diez años y la ausencia de Ulises veinte, porque terminada la guerra vive otros diez años de aventuras antes de conseguir pisar el suelo de su patria.
Llega un mensajero y comunica a Penélope la noticia de la muerte de Ulises. Ella se niega a darle crédito. Una voz interior le dice que su esposo volverá y decide esperarle siempre, ocurra lo que ocurra. Son muchos los que la pretenden por esposa. Es joven, es bella, es hija de un rey y lleva en dote otra corona. Pero ella se niega a aceptar ninguna proposición y se convierte así en el símbolo de la fidelidad, más fuerte cada vez a medida que pasa el tiempo.
Todas las noches Penélope, antes de que el sueño la venza, recuerda a su esposo y llora, echada en la cama, para que la dejen llorar en paz. Los pretendientes están seguros de la muerte de Ulises y exigen de Penélope que elija a uno de ellos por esposo. Ella se resiste y se encierra en sus habitaciones, donde teje un sudario para el padre de Ulises, el viejo Laertes. Cuando los pretendientes insisten, Penélope les dice que no se decidirá por ninguno antes de terminar el sudario. Ellos aceptan este plazo, y ella todas las noches deshace el trozo que tejió durante el día, y así va ganando tiempo. Con esta estratagema mantiene engañados durante tres años a los pretendientes. Hasta que una criada descubre el engaño, la delata, y los pretendientes quieren obligarla.Lo peor de la partida de pretendientes es que viven instalados en el palacio de Ulises, comen y beben de todo lo que hay almacenado en las despensas y arruinan la casa. Telémaco, el hijo, ha crecido y trata de ayudar a su madre contra los huéspedes, pero no consigue hacerles abandonar la casa.Y un día Ulises desembarca en Ítaca. Se da a conocer a su hijo, le pide que no diga todavía nada a la madre y se presenta en palacio bajo la figura de un mendigo. Soporta que los pretendientes le maltraten y que hasta las criadas le insulten. Tiene una primera entrevista con Penélope sin que ella le reconozca. Se hace pasar por un extranjero; cuenta que hace años conoció a Ulises, y lo describe con detalles tan verídicos que Penélope comprende que todo es verdad. Lo único que parece raro es que Penélope no le reconozca. Desde luego, han pasado muchos años, y aunque estuvieron casados y tuvieron un hijo, sólo vivieron juntos un año. Así, gracias a que ella no le reconoce, Ulises puede apreciar la emoción con que ella escucha todo lo que se refiere al marido ausente. Y no se da a conocer porque antes quiere castigar a los pretendientes.
Hay cincuenta criadas en la casa. Euriclea, la más vieja, que fue nodriza de Ulises, y la mayoría de ellas, siguen fieles a la casa y a Penélope. Pero una docena de criadas se ponen al servicio de los pretendientes y les ayudan a agotar todas las reservas de la casa. Una de esas criadas infieles, Melante, se atreve incluso a insultar a Ulises cuando le cree un mendigo harapiento. No sabe lo que le espera.La nodriza lava los pies de Ulises y le reconoce por una cicatriz que él tiene cerca de la rodilla. Ulises le impide gritar y le ruega el silencio hasta que llegue la hora. Recupera el famoso arco que sólo él es capaz de manejar, desafía a los pretendientes, les gana, y después de comer, cuando todos están repletos y bebidos, lucha contra ellos sin más ayuda que la de su hijo, y les mata a todos.Llama a las doce criadas infieles, les ordena que saquen de allí los cuerpos destrozados y que limpien la sangre. Y cuando todo está en orden, las reúne en el patio y las hace degollar. Después manda quemar azufre para purificar la casa.Y entonces se presenta a Penélope. Ella, al principio, no le quiere reconocer, y ordena a las criadas que lleven la cama de Ulises a otra habitación, para el forastero. Ulises le replica:
—Es inútil que intenten mover la cama. Tú sabes que esta cama no la puede mover nadie.
Y para que Penélope se convenza de quien es él, le cuenta la historia de la cama.
—Hace años, aquí en el terreno donde decidí edificar este palacio, había un viejo olivo. No lo quise arrancar y lo dejé arraigado en el suelo de mi habitación. Y en la madera del tronco mandé cortar mi cama, que sigue sujeta a la tierra por raíces poderosas.
Todo es tan cierto que Penélope se convence al fin de que ha llegado la hora tan deseada y está de veras en presencia de su esposo.

Ulises y Penélope, reunidos después de veinte años de separación, pasan la primera mitad de la noche contándose mutuamente sus aventuras. No dice la leyenda cómo pasaron la segunda mitad. Al amanecer, Ulises se despide, pues quiere visitar a su padre, que vive retirado, abandonado y pobre. Y cuando Ulises regresa a palacio después de visitar al viejo Laertes, le hacen un recibimiento triunfal, en el que Penélope aparece coronada y ataviada con las mejores galas.Parece que después viven muchos años felices, siempre juntos, y que al fin una dulce muerte se los lleva.En las versiones posthoméricas, la leyenda de Ulises se complica, y el héroe sigue siendo protagonista de aventuras y tiene muchos hijos, todos ellos fundadores de reinos y de ciudades.La figura de Penélope, que ha llegado hasta nosotros como símbolo de fidelidad conyugal por encima de todo, no siempre es respetada por la leyenda. Algunas versiones posteriores, infinitamente menos bellas que la primera —la única que merece ser conservada—, suponen que fue infiel y que Ulises a su llegada la repudió.Otra versión supone que Penélope mata a un hijo que ha tenido Ulises con la hija de un rey. Pero de esas versiones no nos han llegado nombres ni datos concretos. Es posible que el origen de todas ellas sea la reconocida infidelidad del propio Ulises, que a lo largo de sus muchas aventuras tuvo hijos con algunas mujeres.

martes, 1 de julio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

Durante el primer tercio del siglo XVII ocupaba el territorio de la actual India las fuerzas invasoras de las etnias nómadas mogolas o mongolas.
Se trata de una etapa de arrolladora prosperidad del imperio mongol en el territorio hindú.
En esa época gobernaba el emperador mongol Shah Jahan, nieto de Akbar, tercer emperador mongol de la India y fundador de la Ciudad de Agra, en aquel tiempo la capital hasta que en 1658 se traslada la sede a Delhi.
Cuenta la leyenda que Shah Jahan amaba profundamente a su tercera esposa, llamada Arjumand Banu Begam, conocida por el seudónimo de Mumtaz Mahal, que significa la Elegida del palacio.
Resulta que un día al año los miembros de la jerarquía gobernante y sus familias se hacían pasar por vendedores en el concurrido mercado de la ciudad capital.

Allí conoció a la bella Muntaz Mahal y quedó prendido de su belleza. Ambos tenían solo 15 años. Su padre el emperador amparó esa unión que se materializó al cumplir ambos los 20 años de edad. El matrimonio tuvo lugar el 10 de mayo de 1612 en el suntuoso palacio del emperador.
En el año 1627 al morir su padre Shah Jahan ocupa el trono como nuevo emperador mongol de la India y obviamente, la Mumtaz Mahal se convierte en la emperatriz.

Mumtaz Mahal deviene la favorita de todas las consortes de la corte del ya emperador Shah Jahan. También conocida como La chica de las especies , en alusión a los productos que vendía en el mencionado mercado de Agra.
Se dice que ambos estaban siempre juntos, casi inseparables en todas las actividades del reino, incluso que el emperador le confiaba hasta secretos de estado.

En el año 1631 cuando las huestes del emperador Shah Jahan libraba una de sus más cruentas batallas a la distancia de 640 kilómetros de Agra, le avisan del inminente nacimiento de su decimocuarto hijo, de su embarazada esposa favorita.
El emperador corre para encontrarse presente en este importante trance que culmina con el nacimiento de su hijo Gauhara Begur, pero que termina con la vida de su amada esposa.
Cuentan que a los tres días del deceso de su favorita las barbas del emperador se tornaron totalmente blancas de la tristeza que lo embargaba.
Con el fin de inmortalizar ese gran amor decide comenzar la construcción de un gigante mausoleo, donde reposar los restos de ella y edificar cerca también su propio futuro lugar de descanso.




Así se inspiro para edificar la obra de amor más esplendorosa que se conoce en la historia de la humanidad; el Taj Mahal.






martes, 17 de junio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

Los demonios de Camille Claudel
Pasó los 30 últimos años de su vida en el manicomio de Montdevergues. Allí murió sola. Abandonada por todo el mundo, incluida su familia. Camille Claudel (1864-1943) cargaba a sus espaldas 79 años de una vida tan dramática como fascinante. Y aún tendría que transcurrir mucho tiempo para que se reconociera su talento como escultora. Sobre todo, para que su personalidad artística volara por encima de su relación con Auguste Rodin. Su maestro. Su amante. Un genio déspota y ventajista, de la que Claudel fue víctima. Como lo fue de su familia ingrata y de la sociedad misógina y envidiosa de la época.
Hija de una familia pequeñoburguesa, desde muy joven mostró gran facilidad para crear formas con sus manos. Trabajar y moldear todo tipo de materiales. Pero el talento natural no fue suficiente y buscó la maestría de la técnica en un taller.
Pese a que la familia se opuso al sueño de la hija de convertirse en artista, su hermano menor, Paul, escritor y único amigo, consiguió que sus padres autorizasen la entrada de su hermana en un taller. Y que fuera nada menos que en el de Auguste Rodin.
En aquella época, Camille Claudel rondaba los 20 años y se encontraba en la plenitud de su belleza y de la fuerza creativa. Rodin y su alumna se hicieron amantes inmediatamente. Y los tormentos amorosos no tardaron en llegar. No es sólo que él fuese un hombre casado y promiscuo, sino que incluso tenía una "amante estable", Rose Beuret, que se convertiría en gran enemiga y pesadilla recurrente en la vida de Camille. La relación duró casi diez años. Y los ataques de celos y peleas fueron públicos y constantes.
Ella aprendió rápidamente y Rodin le permitió participar en muchas de sus grandes esculturas. Aunque, temeroso de su personalidad y talento arrasadores, intentaba rebajar su protagonismo en el estudio. Camille dejó escrita en su correspondencia de la época que él se aprovechaba de ella, que las obras que presentaba como propias eran producto de su talento menospreciado.
También hubo lugar para otros reproches. Por ejemplo, las vejaciones y humillaciones a las que le sometió Rodin, que solía exhibirse con otras mujeres delante de ella. Entre esta correspondencia hay una carta de Rodin, incluida en la exposición, en la que él deja por escrito la promesa, mil veces rota, de que ella sería la única mujer en su vida.
Obsesionada por el amor, Camille fue convencida por Rodin de abortar cuando quedó embarazada. De nuevo, le prometió que iba a abandonar a Rose Beuret. Todo fue mentira de nuevo y Camille, profundamente humillada, abandonó a Rodin. La artista, entonces, se encerró en su propio estudio y esculpió incansable cabezas de niños. La mayor parte de éstas fueron destrozadas inmediatamente. Los vecinos de su taller la oían aullar todo el día. Camille perdió su bellleza y su única relación fueron las decenas de gatos que vagabundeaban por el estudio.
Una tarde, tres enfermeros echaron la puerta abajo y le colocaron una camisa de fuerza. Por orden de su familia, fue ingresada en un sanatorio psiquiátrico próximo a París. Nunca más volvió a esculpir nada. Se le diagnosticó "una sistemática manía persecutoria acompañada de delirios de grandeza". Al final de su vida recuperó la cordura. Nadie la reclamó.

miércoles, 11 de junio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

LOS DOS GRANDES AMORES DE CHARLES DICKENS


Aunque Charles Dickens se casó viviendo largos años de matrimonio, tuvo dos grandes amores en su vida, uno totalmente romántico, como mandaban los cánones de la época y otro salvajemente apasionado que le condujo a la separación y al escándalo después de 22 años de unión conyugal.
Ese amor romántico, silencioso y platónico, tuvo por protagonista a su cuñada Mary Hogarth, una jovencita de 17 años, que se había instalado a vivir en casa de su hermana Catherine y de Charles a poco de casarse ambos, lo que en ningún caso significó que fuese la clásica pariente pobre recogida por caridad sino más bien integrada afectuosamente en el hogar de la pareja. Así pues, los tres vivían en paz y armonía, cuando, repentinamente, y de vuelta de una sesión teatral nocturna en la que se lo habían pasado muy bien, Mary se puso enferma muriendo al día siguiente en los brazos de su cuñado, presumiblemente de un ataque al corazón. Que se sepa, nunca existió la menor relación amorosa entre ambos, pero la reacción de Dickens al luctuoso suceso fue tan intensa como significativa, sobre todo en un escritor, ya que le abandonó la inspiración y tuvo que interrumpir Oliver Twist y Pickwick obras en las que estaba trabajando por aquellas fechas y que se publicaban por entregas. Otro detalle revelador fue el ponerse el anillo de Mary y no desprenderse de él en toda su vida.


Siempre es muy triste que una persona tan joven fallezca prematuramente, y el dolor imborrable que semejante hecho produce se intensifica tornándose en inolvidable en las almas sensibles. El tránsito de Mary Hogarth, que también llenó de tristeza a su hermana, marcó para siempre al novelista condicionándole a la hora de describir muertes en sus libros, y mucho más tarde, en la edad madura, le hizo enamorarse con el ímpetu de un adolescente de la joven actriz de teatro Ellen Ternan, quien, tal vez de alguna manera, le recordaba a su desaparecida cuñada, de la cual había escrito que era admirada por todos por su belleza y su bondad y que representaba la paz y el alma de nuestro hogar.
Durante largos años, después de tan sensible pérdida, Dickens fue un marido ejemplar... desencantado y aburrido que llevaba su matrimonio por rutina y cuya escapatoria de esta monotonía era precisamente escribir. Es de suponer que ni él mismo hubiera llegado a imaginar que próximo a cumplir los cincuenta años iba a enamorarse tan apasionadamente de una jovencita de 16, que, tras la separación de su esposa, acabaría convirtiéndose en amante suya, relación que duraría más de diez largos años, y de la cual nacería un hijo fallecido prontamente.
Mucho se ha especulado sobre este amor impetuoso que le sorbió tanto el seso a Charles Dickens como para enfrentarlo con su propia familia, diez hijos legítimos y esposa, la sociedad en general y sus amigos, dado que siempre se había portado correctamente en estas cuestiones, y se ha intentado ver en el desliz una vuelta al pasado, a convertir en una realidad el amor por su joven cuñada, una especie de canto de cisne romántico y desesperado, tal vez fuera de contexto ya que él iba hacia la vejez, pues en aquellos tiempos la cincuentena era sinónimo de ancianidad.


De todas formas, este último amor acabó mal porque la pareja no se entendía, es de suponer que Ellen se acercó a él por los beneficios que ello podía reportarle, ser la amada de un ilustre escritor otorgaba prestigio, y en cuanto a Dickens concluyó por decepcionarse al no encontrar en su amante el paraíso perdido, y esta fue una nueva amargura que incluir en las muchas que a lo largo de su existencia vivió.
Sin embargo, hay que tener en cuenta una cosa, quizá su amor por Mary perduró, marcándole tan profundamente, porque al idealizarla la convirtió en única y sin rival, tan perfecta, que el día a día cotidiano no pudo transformarla en algo vulgar y monótono a sus ojos, así pues nunca pudo desilusionarle, lo que no dejaría de ser, bien mirado, una prueba de egoísmo: exigir la perfección en los demás sin examinar la suya propia para comprobar si estaba a la altura de tan grandes expectativas.
En cuanto a Ellen Ternan, una vez muerto Dickens, contrajo matrimonio con un profesos medio invalido y tuvo dos hijos, un niño y una niña, y lo curioso del caso es que no hizo nunca el menor comentario sobre su relación con el escritor, es decir, como si la tal relación jamás hubiera existido, lo que no deja de ser sorprendente, si tenemos en cuenta la de problemas que causó.
Ellen Ternan falleció 44 años después que Charles Dickens.

martes, 3 de junio de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

JUANA LA LOCA Y FELIPE EL HERMOSO


Juana, tercera hija de Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón (Reyes Católicos) nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479. Tenía gran parecido físico a su abuela paterna, doña Juana Enríquez, por lo que, embromándola, Isabel llamaba a su hija "mi suegra". Sus padres le procuraron una esmerada educación, entre sus preceptores se hallaba Beatriz Galindo. Pronto se manifestó en Juana una vena mística que pretendió encauzar haciéndose monja; en cambio, los reyes tenían distinto plan para la atractiva Juana.La política exterior de la monarquía (ya española) tenía como fin cercar al enemigo reino de Francia; en consecuencia, fue concertada una doble boda que fortalecía los vínculos con el Imperio, vecino occidental y también rival de los franceses. El príncipe Juan, heredero de la Corona, se unía con.hija de y María de Borgoña, mientras que Juana, recién cumplidos los 16 años, casaba con el archiduque Felipe, conocido por el sobrenombre de El Hermoso, hijo menor del Emperador.


Era hijo del emperador Maximiliano I y María de Borgoña. Su cuna le confirió la herencia de innumerables títulos nobiliarios: duque de Borgoña, de Luxemburgo, de Brabante, de Güeldres y Limburgo y conde de Tirol, Artois y Flandes. Ha pasado a la Historia con el sobrenombre de “El Hermoso”, aunque muchos críticos opinan que, a la vista de los retratos que del mismo se conservan, el apelativo quizá resulte un tanto exagerado. Era un hombre de cuerpo proporcionado y de agraciado rostro, aficionado a los deportes de su tiempo al ser ágil y poseer fortaleza.
La intensa dedicación de la nobleza a la vida galante no es privativa de nuestro tiempo, se le atribuyen abundantes amantes en la corte borgoñona. Al igual que sus homólogos españoles, su padre, por motivos políticos, concertó con los Reyes Católicos un matrimonio doble: Felipe y su hermana Margarita casarían con Juana y Juan.

LOS CELOS

El matrimonio se celebró en Lille, el 21 de agosto de 1496. Las crónicas relatan que no pudo empezar con mejores auspicios: la atracción física entre los novios fue muy intensa desde el momento de conocerse, obligando a precipitar el casamiento para permitir a los fogosos cónyuges consumarlo de manera inmediata.
Pronto quedo Juana embarazada, el 15 de noviembre de 1498, nació una niña a la que se puso el nombre de Leonor (quien en el futuro será una de las primeras bazas en la política exterior de su hermano, el emperador Carlos, casará primero con el rey Manuel I de Portugal y tras quedarse viuda, contraerá matrimonio con Francisco I de Francia). Según la opinión mas extendida, este embarazo fue el detonante para el cambio de actitud experimentado por Felipe, que vuelve a sus devaneos amorosos con las damas de la Corte.
La ausencia de prensa especializada no impidió que la situación se hiciese del dominio público y llegase a conocimiento de la esposa. Para sorpresa de todos, la princesa no reaccionó acorde con el proceder establecido por la sociedad en casos parecidos; en lugar de transigir con la situación - quizá pagando con la misma moneda – exigió fidelidad a su marido. Como, a despecho de la firme actitud de la princesa, el caballero no varió un ápice su comportamiento, Dª Juana, presa de unos celos obsesivos, puso de su parte todo lo posible para retornar a las apasionadas relaciones – tuvieron cinco hijos más en el espacio de siete años – emprendiendo, a la vez, una estrecha vigilancia del infiel compañero, lo que dio lugar a infinidad de situaciones más o menos embarazosas. Como ejemplo de este comportamiento sorprendente se cita dos anécdotas reveladoras:
Agredió a una dama de compañía, cortándola el cabello con sus propias manos, por tener sospechas – parece ser que con total fundamento - de ser una de las furtivas amantes de Felipe.
El 24 de febrero de 1500 nace su segundo hijo, Carlos, el futuro Emperador. Cuenta la tradición que el parto tuvo lugar en un pequeño retrete del palacio de Gante, porque Juana, a pesar de su avanzado estado de gestación, acudió a una fiesta para vigilar de continuo a su marido, sorprendiéndola allí la rotura de aguas.
No debe extrañar que ante tan insólita afectación, los cortesanos empezasen a sospechar del equilibrio anímico de la futura soberana, comenzando a tejerse la leyenda que la acompañaría en la posteridad.
Las crónicas señalan una mejora en las relaciones entre ambos cónyuges a partir del nacimiento de Carlos. No falta quien achaca el acercamiento de D. Felipe a su ambición, las circunstancias le colocan en disposición de reinar en España: D. Juan, hermano mayor de la princesa muere en 1497, un año más tarde corre igual suerte la siguiente hermana, Isabel; por último, el hijo de esta, el infante Miguel de Portugal fallece en 1500. Los desgraciados sucesos convierten de forma automática a Juana en heredera de las coronas de Aragón y Castilla. Fruto de la nueva luna de miel es el tercer alumbramiento: en 1501 viene al mundo Isabel, que llegaría a ser reina de Dinamarca tras su matrimonio con Christian II.
A principio del año 1502 Juana y Felipe llegaron a Fuenterrabía para ser proclamados príncipes de Asturias, y Gerona, títulos tradicionales de los respectivos herederos de Castilla y Aragón. El 10 de marzo de 1503 nacía en Alcalá de Henares el cuarto hijo del matrimonio: Fernando, futuro Emperador de Alemania y rey de Hungría y Bohemia.
Por el momento, las pretensiones de Felipe no podían ir más allá de lo conseguido, con lo que no considera necesario continuar en la, hasta cierto punto, austera corte de sus suegros. Alegando cierto desgobierno en sus estados partió hacia Flandes: Juana, aún en contra de su voluntad queda en España. La separación recrudece los celos, que se tornan más y más obsesivos; la corte española comienza a hacerse eco de las habladurías procedentes de Flandes acerca de un serio desequilibrio, sus padres, los Reyes Católicos, pretextando su estado físico tras el reciente parto, insisten en mantener a Juana a su lado vigilando su evolución. Pero la voluntad de la princesa es firme, desea acudir al lado de su esposo. Venciendo los serios intentos de su madre por retenerla, acaba embarcando con destino a Flandes. Para su desconsuelo, allí comprueba que sus temores no eran infundados
La reina de Castilla, Isabel I, fallece víctima de un cáncer en Medina del Campo el 26 de noviembre de 1504. La nueva situación obliga a la pareja a retornar a España, aunque un nuevo embarazo retrasa la partida; a finales del año 1505 Juana alumbra a María, que casará con el rey Luis de Hungría y Bohemia. Por fin, en la primavera de 1506, tras una breve estancia en Inglaterra, Juana y Felipe arriban a La Coruña.
El testamento de la reina Isabel deja como heredera de la Corona de Castilla a su hija Juana, mas una cláusula indica que, en caso de desequilibrio mental, la regencia sería encomendada al padre. D Fernando de Aragón. Esta disposición, es muy probable que prudente, sería la semilla de graves enfrentamientos políticos, que, con toda seguridad, agravaron el estado de Juana.
La nueva reina carece de avidez por el poder , estaba enamorada; para ser feliz sólo necesita la fidelidad de su esposo. Diferente es la actitud de Felipe, que ansía convertirse en rey, o de su padre D. Fernando, que ama la potestad, no en vano se ha dicho que fue modelo para “El Príncipe” de Maquiavelo. Ambos se enzarzan en una agria disputa con una referencia común: sus presuntos derechos a ejercer la regencia emanaban de la pretendida incapacidad de Juana. Conociendo a estos personajes, ¿Puede extrañar que los dos propalasen, con razón o sin elle, la locura de la reina?
D. Felipe juega las bazas tradicionales en los aspirantes al poder; mediante una táctica de promesas a la nobleza, poco feliz con la política centralizadora de los Reyes Católicos, atrae a su bando a parte importante de sus miembros, obligando a D. Fernando a retirarse a Aragón, quedando como virtual Señor de Castilla. Su breve reinado estará caracterizado por el reparto de privilegios y mercedes a los nobles castellanos y flamencos, alcanzando un papel determinante el señor de Belmonte, don Juan Manuel.

EL DESENLACE

La alegría dura poco. A comienzos del mes de septiembre de 1507 don Felipe jugaba un partido de pelota en Burgos. Cuando termina, sudoroso, bebió agua helada; al día siguiente se sintió con fiebre. Nunca se repuso y el 25 de septiembre de 1507 fallecía. Se propalaron algunas especulaciones sobre la posibilidad de un envenenamiento, que la investigación histórica no ha podido corroborar.
El comportamiento de D. Juana tras el fallecimiento de su esposo constituye la mayor fuente de inspiración para todo tipo de leyendas macabras, muchas de ellas inciertas, pero que, con el paso de los años, contribuyeron a consolidar el personaje de “Dª Juana La Loca”.
En el momento de recibir la desgraciada noticia no derramó una sola lágrima; pero su rostro adquirió para siempre un rictus de desconsuelo. Su amado Felipe fue enterrado de manera provisoria en Burgos, desde donde debía ser trasladado a la Capilla real de Granada, el lugar indicado por el protocolo. Pero una repentina epidemia aconsejo a la reina trasladarse a la Cartuja de Miraflores (Burgos), donde llevó consigo el féretro. Juana no dejó de acudir un solo día a la cripta; luego de almorzar en el monasterio, pedía a los monjes que abrieran el ataúd para acariciar a su marido. Le aterraba pensar que podrían llevar el cadáver de Felipe a Flandes, y necesitaba constatar a diario de que el cuerpo seguía estando allí.
El 20 de diciembre de ese año, en medio del durísimo invierno burgalés, con la reina en avanzado estado de gestación, comienza el traslado del cadáver hasta el panteón real de Granada, en un lúgubre vagar por los campos y ciudades abrazada al ataúd. El tétrico espectáculo de la comitiva, la cara pálida y aterrada de Juana, conmocionaban a la gente en los caminos. La comitiva, encabezado por la viuda, viajaba siempre de noche y alojándose en lugares donde las mujeres no pudiesen tener contacto con el cortejo, lo que aumentó las noticias de la locura de doña Juana.

martes, 27 de mayo de 2008

Entre Amores de Ayer, Hoy y Siempre..

Dª Inés de Castro y D. Pedro I de Portugal

La terrible historia de D. Pedro y Dª Inés, transcurrió en el convulso Portugal de principios del Siglo XIV. Sólo aspiraban a amarse, pero la fatalidad los hizo protagonistas y víctimas de la compleja política ibérica.


Nacida en la comarca de Limia, en la actual provincia de Orense, tierras de la profunda Galicia. Hija natural de Pedro Fernández de Castro y Aldonza Soares de Valladares; su destino estuvo en gran parte marcado por los orígenes familiares. Al ser biznieta de Sancho IV de Castilla, resultaba prima segunda de Pedro I. Sus dos hermanastros, hijos legítimos del padre, participan en numerosas revueltas palaciegas que influyeron en el desenlace fatal.
Queda huérfana de madre siendo muy niña, fue enviada al castillo de Peñafiel (Valladolid), donde creció en compañía de Constanza Manuel, destinada a ser su dama de compañía. En tal desempeño escolta a su señora y amiga a la corte lusitana donde debe reunirse con su marido, el príncipe Pedro.
El Príncipe heredero, D. Pedro (1320 – 1367): ¿Héroe o villano? No es fácil discernir; la Historia lo recuerda con los apelativos de “El Cruel” y también “El Justiciero”.
En 1329 se pactó sus esponsales con la princesa Blanca de Castilla; la unión nunca se consumó, al parece por impedimento físico y mental de la novia y el vínculo fue anulado. En 1334 se acuerda una nueva boda con Dª Constanza Manuel. Nadie podía imaginar el trágico desenlace de la unión.
El Rey de Portugal, D. Alfonso IV, “El Bravo” (1290 – 1357). El malvado del romance. Dueño de vidas y haciendas no vacila en eliminar cuanto se interpone en sus deseos.
Hijo de D. Dinis y la reina Santa Isabel. Casó con la infanta Dª Beatriz, hija del rey Sancho IV de Castilla. De temperamento belicoso, las crónicas lo muestran en continuo enfrentamiento con padre, hermanos y hermanastros; con la vecina Castilla mantuvo innumerables guerras. Según los usos de la época, la consiguiente “paz perpetua” era sellada con bodas reales. Además de la propia, los dos casamientos que concertó para su heredero, fueron con sendas nobles castellanas.
La Princesa Constanza Manuel (1318 - 1349): Víctima inocente de la fatalidad. A pesar de intentarlo, no pudo evitar la infidelidad de su marido.
Segunda esposa de D. Pedro. Cuando sólo contaba cuatro años, su padre, el Infante D. Juan Manuel II, intentó convenir su casamiento con el rey de Castilla, Alfonso XI; fracasado en su ambición, vuelve la mirada hacia el entonces príncipe Pedro de Portugal, esta vez con éxito. La boda se realiza por poderes y cuatro años más tarde marcha a Lisboa a reunirse con su marido, propiciando de manera inocente el drama que nos ocupa.

La historia de amor
El desastre comienza a gestarse alrededor del año 1338, fecha en que la comitiva nupcial de Dª Constanza Manuel hace su entrada en la corte lusitana. La ceremonia religiosa se celebra en la Catedral de Lisboa, oficiada por el propio Arzobispo, con la pompa que exige el rango social de los contrayentes.
Las crónicas narran que, ya en el primer encuentro, D. Pedro quedó prendado de Dª Inés, a quien describen como: “bellísima, de esbelto cuerpo, ojos claros y colo de garça”. No se conoce con exactitud cuando nació la pasión entre ambos jóvenes, pero debió ser con relativa presteza. Lo confirmaría una anécdota ocurrida en 1343. Constanza urde una estratagema para separar a los enamorados; designa a Inés madrina del recién nacido infante D. Luis, confiando en que el parentesco espiritual así adquirido indujese a los amantes a poner término a la relación. No se sabe si el artificio surtió efecto, la fortuna, una vez más, se muestra esquiva con la princesa. El infante muere a los pocos meses y el romance continúa.
Ante el giro de los acontecimientos, el rey decide actuar con energía. Destierra a Inés de Portugal, confiando en que la separación física de los amantes mitigue su ardor. La maniobra surte poco efecto. En espera de tiempos mejores, de acuerdo con D. Pedro, la novia busca refugio en el castillo de Albuquerque, pequeña localidad extremeña a la vista de la frontera portuguesa.
En Octubre de 1345, muere la infortunada Constanza al dar a luz al Infante D. Fernando. La viudedad del príncipe elimina gran parte de las razones de escándalo aducidas por los contrarios al idilio, circunstancia que D. Pedro aprovecha de inmediato. En contra de la voluntad real, rescata a Dª. Inés del exilio; la pareja marcha a vivir lejos de la corte, al norte de Portugal, allí nacieron sus cuatro hijos, los Infantes D. Alfonso (muerto aún niño), D. João, D. Dinis y Dª. Beatriz. Mas adelante, ante la aparente calma de la situación, retornan a Coimbra, yendo a vivir en la vecindad del Convento de Santa Clara, en una finca situada en las laderas del valle que baña el río Mondego. En recuerdo de los sucesos que narramos, el solar se donde se asentaba es llamado “Quinta das lágrimas” (¿Algún idioma iguala al portugués en poner nombre al hado?)
En esta época feliz el príncipe se alejó de la política, de la corte y de sus obligaciones de heredero. Pero pronto, la apacible vida de los amantes se verá turbada por causas a las que desearían permanecer ajenas. Un sinfín de circunstancias confluyen para sellar el destino fatal de nuestra protagonista.
•En primer lugar se encuentra la cuestión dinástica: Alfonso IV intenta varias veces organizar para su hijo una tercera boda con princesa de sangre real, pero Pedro rechaza tomar otra mujer que no sea Inés. El único hijo legítimo de Pedro, el futuro rey Fernando I de Portugal, se mostraba un niño frágil, mientras que los bastardos de Inés prometían llegar a la edad adulta. Si el infante muriese, sin duda reclamarían derechos a la corona, sumergiendo al reino en nuevas calamidades.
•En segundo término hallamos la complicada situación política: Los reinos peninsulares se han convertido en campo de batalla diplomática, donde Inglaterra y Francia, enfrentados en su interminable guerra, tratan de atraerlos a su bando. Las diputas internacionales entremezcladas con las propias luchas dinásticas, justifican el apelativo de “época turbulenta”. D. Fernando y D. Álvaro Pires de Castro, hermanastros de Dª Inés, aparentan un progresivo ascendiente sobre el príncipe, induciéndolo a inclinar su política hacia Castilla, donde llega a presentar su candidatura al trono.
El Rey aunque preocupado por las implicaciones políticas que conlleva la influencia de la familia Castro, es en particular sensible el riesgo de futuros conflictos civiles enfrentando hijos legítimos con bastardos, moneda de cambio en la época. La reiterada negativa del príncipe a contraer nuevo matrimonio real no contribuye a ahuyentar los temores. Dª Inés es un obstáculo en apariencia infranqueable. Parecería que sólo la muerte podría separar a los enamorados.
¿La muerte? No es obstáculo insalvable. En consejo celebrado en el palacio de Montemor-o-Velho D. Alfonso presta su conformidad al asesinato de la infortunada enamorada. La sentencia se ejecutará en la propia residencia de la pareja en Coimbra, aprovechando alguna ausencia de D. Pedro, muy aficionado a la caza.
Llegados a este punto, las versiones discrepan sobre la secuencia de los hechos, la más enternecedora afirma que el rey manda llamar a Dª Inés para comunicarle la sentencia fatal. Ella acude acompañada de sus cuatro hijos. El gran Luis Camões en la estrofa 127 del canto III de “Os Lusíadas” narra así la petición de clemencia de Dª Inés:

Ó tu, que tens de humano o gesto e o peito
(Se de humano é matar hûa donzela,
Fraca e sem força, só por ter sujeito
O coração a quem soube vencê-la), A estas criancinhas tem respeito,
Pois o não tens à morte escura dela;
Mova-te a piedade sua e minha,
Pois te não move a culpa que não tinha.
¿Las súplicas surtieron efecto? En principio así lo parece, el rey autoriza el regreso de Inés a su residencia; pero de inmediato cambia de parecer y ordena a tres cortesanos cumplir la sentencia. Otras crónicas no recogen esta entrevista; el veredicto se ejecuta nada más pronunciado.
Existiese o no la audiencia real, todas las versiones coinciden en la continuación: Pero Coelho, Álvaro Gonçalves y Diego López Pacheco se dirigen al Monasterio de Santa Clara, próximo a la “Quinta das lágrimas”, que alojaba a Inés y sus hijos en la ausencia de D. Pedro. En el jardín, en presencia de los niños, la degüellan sin piedad. Era el 7 de Enero de 1355.
La Venganza
La desaparición de Inés no propició la esperada tranquilidad. De inmediato D. Pedro culpa a su padre del asesinato. En unión de los Castro, agrupa en torno suyo una facción de la nobleza y encabeza una revuelta contra el Rey. Los sublevados llegan a poner sitio a Oporto, pero antes de que las aguas salgan por completo de cauce, la reina Dª Beatriz interviene entre los contendientes, logrando, sino la reconciliación, al menos la paz, que se formaliza el 15 de Agosto del mismo año en Canaveses. Por este acuerdo, el rey delega una parte importante de sus responsabilidades en el heredero, quien, a cambio, depone las armas, promete olvidar el pasado y perdonar a todos los implicados en la conjura que acabó con la vida de Dª Inés.
El comportamiento de D. Pedro, en contra de la leyenda que trata de mostrarlo desconsolado, es bastante contradictorio. La revuelta contra el padre, principal responsable del crimen, no parece muy convincente; en tan solo ocho meses aplaca su ira hasta el punto de llegar a un acuerdo favorable para sus aspiraciones de poder. En 1356, apenas un año después del crimen, Dª Teresa Lourenço le da un nuevo hijo, el futuro João I, vencedor de los castellanos en la batalla de Aljubarrota e instaurador de la dinastía Aviz: es el auténtico superviviente de toda la trama
En 1357 muere Alfonso IV, el heredero pasa a ceñir la corona y da comienzo una venganza, tan cruel, que ha pasado a los anales.
Los asesinos de Inés, por consejo del rey moribundo, buen conocedor de su hijo, se habían exilado a Castilla. D. Pedro negocia con el rey castellano - que por capricho del destino tiene igual nombre y apodo, Pedro I, “El Cruel” o “El Justiciero” y también arrastra una amplia historia de pasiones - intercambiar los tres verdugos por algunos refugiados en Portugal. Como no podía ser menos, los reyes llegan a un acuerdo, Pero Coelho y Álvaro Gonçalves son devueltos a Portugal; Diego Lopes Pacheco, más afortunado, consigue cruzar a tiempo la frontera con Aragón y de allí pasa a Francia, donde se pierde su rastro.
La venganza fue consumada en el palacio de Santarém en presencia de otros cortesanos. D. Pedro mandó preparar un espléndido banquete de ceremonia mientras las víctimas eran amarradas a sendos postes de suplicio y torturados con toda crueldad. Luego, mientras comía con parsimonia, (e bebe o seu vinho tinto, según las crónicas portuguesas) ordenó al verdugo arrancarles el corazón: a Gonçalves por la espalda y a Coelho por el pecho. Por último, insatisfecho con el tremenda martirio, aún tuvo ira suficiente para morder aquellos corazones, que para él, por siempre serían malditos .

El Mito
En 1360, el ya rey Pedro I realizó en presencia de la corte la famosa declaración de Cantanhede, jurando que un año antes de la muerte de Inés ambos habían contraído matrimonio secreto. De esta forma ella alcanzaba el rango de reina y se legitimaban los hijos habidos en aquella unión. Los historiadores dudan de que la boda se hubiese podido celebrar; los contrayentes eran primos, para que el matrimonio fuese válido debían solicitar bula papal, documento imprescindible, de cuya existencia no se tiene prueba alguna.
D. Pedro, no muy dado a sutilezas legales, actuó acorde a su juramento. En el Monasterio de Alcobaça, sede de la mayor iglesia portuguesa, ordeno esculpir un túmulo funerario para Inés. Cuando estuvo finalizado, ordeno el solemne traslado de los restos desde Coimbra hasta la nueva sepultura. La lúgubre comitiva que trasportaba el cadáver, enlutada con todo rigor, era encabezada por el propio rey acompañado por prelados, cortesanos y burgueses. En el camino, el pueblo llano era obligado a salir a su paso, llorando y rezando por el alma de la fallecida.
Prosigue la leyenda. Una vez llegados a la corte, destino final de la comitiva, el cadáver se engalanó con vestimentas reales y sentado en el trono, todos los nobles fueron obligados a prestarle homenaje como reina de Portugal, besando su mano en señal de fidelidad y vasallaje. Por último, se depositó con enorme protocolo en el bello sepulcro tallado para ella.
La crónica moderna duda que la macabra ceremonia tuviese lugar; entonces ¿Cómo se explica el arraigo de la leyenda? Quizá, el dramatismo de la escena es tan intenso, que ha impresionado la imaginación popular hasta el extremo de convertirla en el núcleo central del mito de nuestra heroína, la desgraciada Inés de Castro ¡REINÓ DESPUÉS DE MORIR!
La última escena, la más hermosa....
sucede siete años más tarde. Antes de morir el rey encarga tallar para él, otro túmulo funerario en el mismo estilo que el anterior de Inés; ambos tenían que ser colocados pies contra pies para que, el día de juicio, al despertar, lo primero que viese cada amante, con sus miradas cruzadas frente a frente, fuese la figura del otro, Ambas sepulturas, de estilo gótico, pueden admirarse en el Monasterio de Alcobaça. Se consideran los más bellos ejemplares del arte funerario portugués.