1982 - MALVINAS ARGENTINAS - 2008

Milonga del muerto

Lo he soñado en esta casa

entre paredes y puertas.

Dios les permite a los hombres

soñar cosas que son ciertas.

Lo he soñado mar afuera

en unas islas glaciales.

Que nos digan lo demás

la tumba y los hospitales.

Una de tantas provincias

del interior fue su tierra.

(No conviene que se sepa

que muere gente en la guerra).

Lo sacaron del cuartel,

le pusieron en las manos

las armas y lo mandaron

a morir con sus hermanos.

Se obró con suma prudencia,

se habló de un modo prolijo.

Les entregaron a un tiempo

el rifle y el crucifijo.

Oyó las vanas arengas

de los vanos generales.

Vio lo que nunca había visto,

la sangre en los arenales.

Oyó vivas y oyó mueras,

oyó el clamor de la gente.

Él sólo quería saber

si era o si no era valiente.

Lo supo en aquel momento

en que le entraba la herida.

Se dijo "No tuve miedo"

cuando lo dejó la vida.

Su muerte fue una secreta victoria.

Nadie se asombre

de que me dé envidia y pena

el destino de aquel hombre.

Juan López y John Ward

Les tocó en suerte una época extraña. El planeta había sido parcelado en distintos países, cada uno provisto de lealtades, de queridas memorias, de un pasado sin duda heroico, de derechos, de agravios, de una mitología peculiar, de próceres de bronce, de aniversarios, de demagogos y de símbolos.Esa división, cara a los cartógrafos, auspiciaba las guerras. López había nacido en la ciudad junto al río inmóvil; Ward en la ciudad por la que caminó Father Brown. Había estudiado castellano para leer El Quijote.El otro profesaba el amor de Conrad, que le había sido revelado en un aula de la calle Viamonte. Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara, en unas islas demasiado famosas, y cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel.Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen.El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.

Jorge Luis Borges

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En abril de 1982, hacía cinco meses que había entrado a trabajar y tenía 20 años y cinco meses. Era muy responsable, al igual que mis compañeros de oficina, que rondaban entre los 19 y 20 y pico (poco).
Ahora, a la distancia, me doy cuenta que teníamos, como corresponde, la inocencia y transparencia de los jóvenes.
A uno de mis compañeros, Alejandro, un poquito mas chico que yo, lo cargábamos con el tema de la guerra, obviamente que sin maldad alguna, jorobando sobre que haría si lo llamaban y demás “bobadas” de pibes.
Pero una mañana, nos dimos cuenta que pasaban los minutos y Ale no aparecía en la oficina....
Sí.... nos enteramos, con espanto y desesperación, que la noche anterior le había llegado la carta para presentarse en el ejército.
Fueron días de mucha pena e incertidumbre, hasta que logramos enterarnos que estaba allá, a miles de kilómetros de distancia.
Por suerte, puedo contar con alegría que Ale volvió, con sus problemas, como todos los ex combatientes, pero sin secuelas físicas y conservó su trabajo.
Pensar que yo, o la otra loca, que tiene unos meses menos de edad, podríamos haber estado en Las Malvinas, de haber sido hombres.
Digo, sin vergüenza, que a mis 20 años no entendía nada de lo que pasaba, por eso me pongo en la piel de tantos pibes que se fueron a una edad en la que uno piensa en salir con sus amistades, compartir un asado, reírse despreocupadamente y no le pasa para nada por la cabeza que uno tenga que ir a vivir toda clase de sufrimientos, tanto físicos como psicológicos.
Ahora, en mi oficina actual, tengo un compañero un año más grande que yo, Néstor, casado desde muy joven, su esposa dio a luz cuando él estaba en Malvinas. Es una persona excelente, con nietos, que cada tanto, entra en un estado depresivo tal, que le ha dicho a su esposa que guarde una escopeta que tiene porque sino cree que se va a pegar un tiro.
Pasado un período vuelve “a la normalidad” y continúa con su vida cotidiana.
Estas son las secuelas de los que alguna vez fueron unos pibes inocentes y se los llevaron a una guerra que no era la de ellos y por demás desigual.